El tercero fue un toro escaso de celo, que se iba suelto, echaba la cara arriba, y al que le faltaba clase. No embestía con la misma claridad que el anterior. Ginés Marín no consiguió encelarlo de capote, pero con la muleta sí logró convencerlo más, ofreciéndole primero distancia y luego mucha suavidad. Nunca le obligó al toro, convenciéndole de que aquello no le hacía daño: y así consiguió dos series muy buenas por la mano derecha y una por la zurda, donde protestaba más. Luego comenzó a defenderse. Mató de estocada entera y paseó una oreja. El toro lo brindó al maestro César Rincón.
Ginés Marín cerró la tarde con un toro falto de transmisión, que también tenía clase pero fue soso y a ratos se quiso rajar. Marín lo puso todo con el capote y la muleta: empezó de rodillas para alegrar la embestida sosa del animal, arreciando de nuevo el aguacero en la ciudad. Se quiso rajar el animal y, en tablas, el oliventino consiguió hilvanar dos series con repetición y ritmo, sujetando siempre al animal. Mató de espadazo casi entero, doblando muy pronto el toro. La gente se lo agradeció con una oreja y salió a hombros.