Tuvo la faena de Ginés Marín una virtud innegable: saber cuándo apretar al toro y cuándo torear sobre las inercias. Tuvo el manso y genuino Parladé en el movimiento -hacia adentro claro- su mayor virtud. Y éste fue aprovechado por Ginés Marín en una faena de menos a más que encontró el cénit en el toreo al natural en los terrenos de chiqueros. Fue allí, cuando el extremeño rompió por abajo la embestida del astado, que por aquel momento, ya salía deslucido hacia los medios y con un tranco más hacia los adentros. De enorme compromiso y poco cantadas fueron las bernadinas finales pues Marín cambió la lógica, sacando los viajes del toro por fuera y él, por dentro. En la nueva era del público sevillano, este detalle pasó casi inadvertido, siendo uno de los pasajes de mayor riego y compromiso del toreo en los remates que tanto se está cantando a lo largo del serial. La estocada, en corto y por derecho, puso en sus manos una oreja de ley. Con el tercero, de Juan Pedro Domecq, poco pudo hacer.